Cómo mola reirse de los ecologistas

Ayer, PACMA triplicó votos y el ecologista Uralde arrasó en Álava. Vaya este texto dedicado a ellos.

Reirse de los ecologistas mola desde siempre. Los mejores son los veganos, porque en la práctica les es imposible ser coherentes con sus ideales al 100%. Y el credo de quien no intenta nada es: si no tienes éxito al 100%, eres peor que quien no lo intenta.[1]

Es más eficaz energéticamente obtener los nutrientes sin intermediarios: esto científicamente es una obviedad. Si gastas parte de las calorías en mantener con vida a otro animal antes de comerlo, te quedan menos a tí. Comer vegetales siempre será menos carga para el medio ambiente que comer herbívoros, por el mismo motivo que comer herbívoros siempre será más eficaz que comer carnívoros.

Como nuestro tren de vida presente está alterando de forma dramática el clima del planeta e hipotecando nuestro futuro, es obvio que hemos de reducir el consumo de carne para reducir nuestra huella ecológica. Y hemos de hacerlo ya, además. Sobre esto no hay dudas, pese a estudios científicos cuyos resultados se difunden disfrazados como «ser vegetariano es peor para el planeta«. Un resumen mucho más acertado sería: «actualmente, la fruta en EEUU se produce sin criterio medioambiental».

De tan tentador que es reirse de los veganos, hay científicos divulgadores que contribuyen a esta forma de engaño, sabiendo como saben que la conclusión que repiten es absurda. Un truco que usamos los científicos para reirnos de otra gente cuando no piensa como nosotros es aprovechar que, mayoritariamente, no son científicos. Escoges algo de lo que ha dicho el menos formado de tus adversarios ideológicos, le encuentras agujeros factuales, y lo rebates sin problemas. Tampoco es un truco específico nuestro: en general, derrotar a un hombre de paja es un truco buenísimo para no cuestionarse el propio punto de vista. Lo malo es que así no avanzamos.

Por otro lado, el hecho de la carne es energéticamente más cara que los vegetales es solamente una verdad científica, teórica. Luego está la práctica, la ingeniería: el resultado puede cambiar dependiendo de cómo se produzcan esos vegetales y esa carne. Y así llegamos al otro absurdo que popularizan algunos científicos y divulgadores: «la alimentación ecológica es un timo«.

Personalmente, me da lo mismo si está más bueno o no, e incluso si es más nutritivo o no. La ecología no estudia las propiedades nutricionales u organolépticas de los alimentos. La ecología es la ciencia que estudia las interrelaciones de los diferentes seres vivos entre sí y con su entorno. Es obvio para cualquier científico que diferentes formas de producir alimentos tienen distinto impacto medioambiental, y también es obvio que reducir este impacto debiera ser prioritario. Es difícilmente discutible que, lejos de ser un timo, la alimentación ecológica es imprescindible. E igualmente claro es, para quien entiende qué es la ciencia y qué es la tecnología, que la biotecnología (transgénicos incluidos) no es un adversario de la ecología, sino un aliado, una herramienta más. Una herramienta que a veces se emplea bien y otras se emplea mal.

¿Que hay malas leyes y malas prácticas, y que muchas veces se vende como ecológico lo que no lo es? Sin duda. De hecho, la forma de funcionar de nuestra sociedad libremercantilista es incompatible con la ecología. Por eso casi todo lo que nos venden como ecológico no lo es, o al menos no lo es tanto como pretenden. Pero la forma de mejorar las cosas es educar a legisladores, a trabajadores y a consumidores para que avancemos hacia una producción y un consumo cada vez más ecológicos. De alimentos, y de todo lo demás.

[1] Hay que admitir que en parte también mola reirse de los veganos porque pica. Pica que a uno le llamen asesino en particular, o que le afeen la conducta en general.

Mi voto útil

¿Cómo decido lo que considero un voto útil?

Lo primero, busco la mejor estimación de votos en mi circunscripción. Encuestas, tendencias, mi propia impresión. Un trabajo de investigación estadístico de mi Universidad. Lo que encuentre. De ahí sale una estimación de votos para cada partido, y también una estimación de la incertidumbre. Esto es lo más difícil, pero, como no hay alternativa mejor, se hace lo mejor que se puede y se sigue adelante.

Segundo, traducir esos votos en escaños. Esto un ejercicio matemático trivial.

Tercero: de las fuerzas políticas con las que tengo algo en común, de los candidatos que me gustan, ¿hay escaños bailando? Si la mejor estimación que tengo para mi circunscripción no da claro si una fuerza política que me gusta tiene N escaños o N+1, si hay un candidato al que querría ver como diputado y que quizá entre o quizá no, ahí irá mi voto.

Ese es para mí el voto útil: ejercer una influencia probabilística a favor de un escaño que me importe, en una situación de alta incertidumbre. Cuanto más cerca se quede de haber ganado o perdido el escaño por un voto, más cerca de ser útil habrá quedado mi voto. El voto más útil es, claro, aquel en el que se decide un escaño por un voto. Seguro que hay otras definiciones, pero esta es la mía 🙂

Si entre las personas a las que me apetecería mandar al Congreso no hay ningún escaño bailando en mi circunscripción,[1] el voto útil es el voto simbólico, e irá a la formación extraparlamentaria y minúscula a la que más ilusión me haga darle una alegría. O a un voto nulo creativo como mensaje a los apoderados e interventores.

Otra cosa es que el voto en sí, todo el ejercicio de la democracia representativa sea más o menos útil. Desde luego, si nos quedamos en eso no hacemos nada. Pero, a igualdad de energía activista, la abstención tampoco la considero especialmente útil, así que al final acabo cayendo y participo.

[1] Hay diversos motivos posibles, por ejemplo si está claro el número de diputados que van a sacar, o bien si está claro que no sacan ninguno, que es como decir que ninguno de los que se presentan con posibilidades me parece digno de mi voto.

Mi voto, como científico

Se acerca la fecha. Nos toca decidir el voto (¿útil?). Bajo mi punto de vista como científico -que es una parte importante de lo que soy- hay tres aspectos cruciales a considerar en un partido político:

Primero y fundamental, el pensamiento racional. Sin pensamiento racional, es difícil llegar lejos. Las supersticiones tienen su lugar en la cultura, pero hemos de trabajar en la realidad. Es una desgracia que se legisle siguiendo los dictados de la Iglesia Católica, como lo es que se de cancha a seudoterapias o seudodolencias. No deja de crecer la lista de Universidades que, buscando funcionar con criterios de rentabilidad económica, admiten entre sus muros lo que nunca debiera entrar.

Segundo, el cambio climático, que me parece el gran reto científico y social del siglo XXI. Sin arreglar esto sí que no llegamos lejos. Este punto es, además, transversal: las múltiples regulaciones que son condición necesaria para frenarlo no son compatibles con el modelo capitalista actual. El libre mercado ya ha demostrado que no tiene herramientas eficaces para dejar el carbono enterrado en el suelo ni para poner en marcha el decrecimiento necesario para que nuestra civilización sobreviva dos generaciones. Así, grandes porciones del programa que parecen ir de economía o política internacional (y sus siglas asociadas: TTIP, FMI…), o de servicios públicos, de modelos de urbanismo, consumo o mobilidad, en realidad son fundamentales para el gran problema del cambio climático. La ciencia nos dice: de esta no salimos cambiando las bombillas.[1]

Tercero, la investigación. Hay que invertir en investigación pública para resolver problemas sociales. A corto, a medio y a largo plazo. Aquí tenemos la otra cara de esa transversalidad: hablando de la carrera investigadora, de la inversión en conocimiento, a la vez se está hablando de la economía y de la industria de la próxima generación. No me parece razonable que aspiremos a ser un país para turistas.

¿Cómo valoro, desde estas tres directrices, a las siguientes organizaciones políticas?

El Partido Popular, heredero del nacionalcatolicismo, pone medallas a las Vírgenes, hasta hace poco negaba el cambio climático y se ha cargado la investigación pública en España. No hace falta darle más vueltas.

El PSOE ha plantado históricamente cara (un poco) a la Iglesia Católica. Podría haber hecho más, claro. Y menos también. No se puede dejar de reconocer que duplicó en su día la inversión en I+D. Pero como partido capitalista que es, no trabajará para frenar el cambio climático como necesitamos que lo haga.

A Cs los veo comparables al PSOE, pero con mucha mejor asesoría a la hora de elaborar la parte científica del programa electoral. Comparados con el PSOE, creo que desafiarán algo menos a la religión y algo más a otras supersticiones seudocientíficas. Me parece difícil predecir quién invertirá más en investigación, pero parece claro que Cs invertirá mejor. Sobre todo, mejor para la empresa privada. Ahora bien, sus políticas de libre mercado seguirán alimentando a la locomotora que tira del cambio climático; al menos tanto como las del PSOE o las del PP. Esa postura tampoco es contradictoria con la ciencia, realmente: simplemente consiste en sacrificar a los muchos y a los que están por venir para el beneficio de los pocos y del corto plazo. Algunos viviremos (¿o vivirán?) algo más cómodos algunos años más, pero la cuenta la pagarán los niños de hoy y los pobres de mañana, y esa cuenta será de espanto.[2]

Las fuerzas a la izquierda del PSOE (desde Unidad Popular a Podemos pasando por todos sus aliados reales y potenciales) son, con diferencia, las más beligerantes con la superstición eclesiástica. En cambio, contra las seudociencias a veces son los más débiles. Aquí hay más de una batalla importante por librar, y hemos de comprometernos quienes tenemos formación científica y a la vez buscamos la justicia social: hemos de insistir en que, si bien tiene todo el sentido que se planteen propuestas alternativas a la actualidad económica, que es una construcción humana, no lo tiene el jugar con alternativas a la realidad científica, que es objetiva. En cuanto al cambio climático, las fuerzas que recogen postulados anticapitalistas me parecen la única opción sensata. Aquí sí hay potencial de que nuestros hijos hereden un planeta poco hostil, y de que nuestros nietos hereden una civilización digna de tal nombre. Resultan, por tanto, la única opción responsable con quienes tienen menos y con quienes están por venir, la opción que menos hará que nos maldigan por haber tolerado el lujo a costa de su sacrificio. En cuanto a la investigación, de nuevo, a estas fuerzas les queda (¿nos queda?) trabajo por hacer: no dejarán que se hunda la investigación pública, eso seguro, pero los programas son mejorables. Lo bueno es que estas fuerzas tienden a responder a la presión de la calle cuando gobiernan: en la práctica, para mejorar esos programas habrá que organizarse y trabajar.

[1] Aconsejo mucho leer esta entrevista de Amy Goodman a Kevin Anderson para Democracy Now!, del 8/12/2015

[2] Los primeros refugiados climáticos están pagando ya la cuenta de los excesos cometidos por los más ricos durante las últimas décadas, y quienes vivimos en países acomodados nos tendremos que apretar más el cinturón durante los próximos años por esos mismos excesos: se han (nos hemos) gastado ya casi todo el presupuesto de carbono, y ahora toca emitir poco y tener un cambio climático relativamente moderado, aunque dañino… o seguir emitiendo unos años más y tener un cambio climático desastroso.