Haced lo que yo digo, que soy un experto

¿Qué es y para qué vale un experto?

Necesito escribir esto porque me desespera ver, primero, a autoproclamados expertos que no lo son, segundo, a partes de la sociedad (especialmente de quienes me son más próximos ideológicamente) que sistemáticamente no se creen lo que dicen los expertos y, tercero, a quienes nos malgobiernan tomando decisiones supuestamente técnicas, apolíticas y marcadas por lo que mandan los expertos.

Parte 1: ¿qué es un experto?

Empezamos con lo básico: un aficionado no es un experto, y un charlatán tampoco es un experto. Uno tiene buena voluntad y el otro no, pero ninguno de los dos tiene lo que hay que tener. «Experto», «especialista» o «autoridad en la materia»: hablo de personas a la que vale la pena escuchar antes de tomar una decisión sobre su especialidad.

Hay expertos de distintos tipos pero, en general, un experto es un experto en algo real. Esto basta para distinguirlos de los charlatanes, cuya especialidad es imaginaria o ficticia. Veamos algunos ejemplos.

Un experto de los que hacen cosas (como los catalanes) hace cosas que funcionan en la realidad, que sirven a su propósito. Y lo hace mejor que la mayoría de los profesionales de su campo. Un químico que es capaz de obtener en el laboratorio un compuesto que a la mayoría de sus colegas se le resistiría, y que ninguna persona sin formación y años de experiencia sería capaz de lograr, es un experto. Un físico que es capaz de construir un aparato que hace un tipo concreto de medidas con una precisión superior a la de ningún otro es un experto. En amargo contraste, un charlatán que fabrica, recomienda o vende caramelos que no curan más que un padrenuestro no es un experto.

Un experto de los que hacen teorías hace teorías que funcionan en la realidad, que sirven a su propósito. Y lo hace mejor que la mayoría de los profesionales de su campo. Describe un procedimiento experimental o un fenómeno, y cuando otros lo llevan a cabo, sucede lo que dice la teoría. Si hay varias teorías que compiten en predecir, la suya es la que menos se equivoca. A plazo inmediato parece que no sirven de nada, pero haciendo las mejores teorías, estas personas hacen posible que las personas que hacen cosas hagan cosas que funcionan mejor, porque les ahorra años de prueba-y-error. De hecho, como sus aportaciones son tan útiles, estas personas escriben y son leídas por profesionales en todo el mundo. Ojo: un iluminado que lleva dos años leyendo (o escribiendo) patrañas por internet no es un experto. Los expertos leen y escriben, pero no todo el que lee y escribe es experto. Ni mucho menos.

Por último, un experto de los que plantea cuestiones fundamentales plantea preguntas que van a la raíz de la realidad, y que por tanto sirven a su propósito. Y lo hace mejor que la mayoría de los profesionales de su campo. Preguntas que ayudan a los expertos que hacen teorías a elaborar teorías sobre campos nuevos, o a mejorar las teorías existentes, de forma que predicen mejor lo que va a ocurrir en una circunstancia determinada.

En resumen, un experto no es quien dice serlo sino quien lo demuestra con la realidad. Y, aunque seáis iguales en dignidad y derechos, sobre su tema tu punto de vista no vale tanto como el suyo… salvo que seáis expertos en lo mismo. Siempre teniendo claro que la clave de un experto es que lo es en la realidad, se puede considerar, que, además, una autoridad en una materia influye en sus iguales, y sea reconocido por ello. Eso nos permite, en la práctica, extender cadenas de confianza a partir de expertos en quienes confiamos, a la hora de reconocer a otras autoridades en otras materias.

Parte 2: ¿Cómo es una autoridad en la materia útil, y qué hacemos con ella?

Primero, esta persona relaciona decisiones con consecuencias, es decir, dice algo sobre la realidad: «Si hacéis esto, pasará aquello». Segundo, estima la incertidumbre de su propia previsión, es decir, dice algo sobre sí misma: «La teoría o el modelo en el que me baso para decir lo anterior, en contextos similares a este, falla una vez de cada cinco». Escuchar a una persona que cumple estos dos requisitos -o, mejor aún, a varias, porque ningún experto lo sabe todo sobre su campo- nos permite una toma de decisiones informada, basada en la realidad. Y esas son las decisiones más eficaces. En el momento histórico en el que estamos, no podemos permitirnos tomar decisiones basadas en la ficción.

Todo esto es igual de verdad quienquiera que tome las decisiones: si es el Faraón o el Papa, como si es el alcalde o el presidente, como si es una asamblea libre y horizontal. Ahora bien, todas las decisiones tienen pros y contras. No es posible tomar una decisión sin tener una visión del mundo, una ideología, unos valores políticos. Por eso la decisión no la ha de tomar el experto. Por eso la decisión será distinta dependiendo de quién la tome: escuchando informes de los mismos expertos, la mejor decisión para el Faraón no será necesariamente la mejor para sus esclavos; y la mejor decisión para los trabajadores no será necesariamente la mejor para el patrón. Pero el papel del experto sí ha de ser el mismo, porque la realidad sí es la misma, haga quien haga las preguntas. Esto no significa que el experto no pueda tomar partido: siempre será más socialmente responsable quien se forma, se especializa y se dedica a responder las preguntas que plantea el pueblo que quien se dedica a servir al tirano… o al ministro de turno, o a la Comisión Europea.

He de acabar diciendo que no soy un experto en Teoría del Conocimiento -también llamada Epistemología– ni en Filosofía de la Ciencia, así que estas son simplemente mis reflexiones, producto de mis vivencias como experto en otros campos.

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