Avanzo cuando intento demostrar que me equivoco

Empiezo por la economía, pero no te alarmes: a partir del tercer párrafo vuelvo a lo mío, que es la ciencia. Como quizá te ocurra a tí, me gustaría entender mejor la economía, para así poder decidir con criterio de qué formas seguir trabajando por un mundo mejor. Para esto me sirve, por ejemplo, leer a Ha-Joon Chang. Él es institucionalista, desarrollista, Keynesiano y capitalista, cuando yo soy más bien eco-anarquista, anarcafeminista, anarcocomunista. Es decir, que no compartimos buena parte de la escala de valores. Bueno, y él es profesor de Economía en Cambridge, y yo… no. Chang es una persona intelectualmente honesta, muy inteligente, que argumenta bien, que se documenta muy bien y que escribe muy bien, y esto hace que se aprenda mucho leyendo sus libros. Y, como me hace poner en duda mi posición ideológica, me lleva a pensar más y a buscar más fuentes de alta calidad para seguir avanzando, entendiendo y actuando de forma coherente con mi posición ética. Claro, también avanzo cuando leo a gente más afín, si comparten el ser intelectualmente honestos, inteligentes, argumentar bien, documentarse bien y escribir bien. Puedo avanzar sin confrontación, pero si me expongo a un pensamiento bien estructurado y con ideas algo distintas a las mías, avanzo más.

Y luego está todo lo contrario, que es lo que hacemos cuando abrimos twitter o facebook: exponernos a asnos -si se me disculpa la expresión- «del otro bando» y unirnos a «los nuestros», unos días en indignarnos, otros en reirnos de los rebuznos. Esto nos da una falsa sensación de superioridad, tanto personal como de la ideología de cada cual. Pero asnos hay en todas partes. O, más que asnos, personas a las que les ha faltado la capacidad, la formación, la paciencia o la sobriedad para escribir un pensamiento coherente en un momento dado. Personas así hay en todas partes, y el hecho de que existan no invalida ideología alguna. Dicho de otra forma: pienses lo que pienses, siempre vas a poder encontrar a uno más tonto que tú que piense lo contrario. Si quieres demostrar que tus adversarios ideológicos están equivocados, lee críticamente sus mejores libros, no sus peores tuits. Por muy entretenido que resulte a veces, y por muy útil que parezca en términos de propaganda, en realidad riéndonos de los rebuznos no avanzamos nada.

¿Qué tiene que ver esto con la ciencia? La segunda parte, muy poco: en ciencia, que alguien escriba una sandez en contra de una teoría no hace que la teoría sea correcta (ni incorrecta). La primera, el leer a gente inteligente que dice cosas interesantes en contra de la teoría que uno está defendiendo, mucho. De alguna forma, precisamente eso es la ciencia: plantear una teoría, ponerla a prueba por todos los medios -es decir, tratar de demostrar que es incorrecta- y, a veces, fracasar. Y solo entonces podemos aceptar honestamente esta teoría, provisionalmente, como correcta.

¿Y cómo intentamos demostrar que la teoría que proponemos es incorrecta? Fundamentalmente hay dos caminos. Por un lado, puede ser suficiente mostrar su inconsistencia interna, y aquí, aunque la autocrítica es necesaria, nos ayudan enormemente los colegas y revisores externos. Al intentar publicar los artículos, nos señalan: «de los experimentos o cálculos que has hecho no se extrae lo que concluyes«. Y duele, pero es imprescindible. De ahí el valor del sistema de publicación revisada por pares: se hacen más experimentos, más cálculos, se revisa, se corrige o se retira lo que se pretendía concluir. Se avanza, y se evita avanzar en falso.

La otra forma de demostrar que la teoría que proponemos es incorrecta es predecir resultados experimentales en ciertas condiciones, y luego comprobar si la predicción es correcta. Esta es la base de la ciencia empírica, y es una idea que no está lo bastante extendida. El orgullo de la ciencia y la diferencia con lo que llamamos pseudociencias no viene de tener títulos o batas blancas. La diferencia y el orgullo están en ser capaces de hacer predicciones y en ser capaces de, a continuación, verificarlas experimentalmente. Me detengo a decirlo con otras palabras, porque es un concepto que da vértigo: verificamos que la realidad, en su infinita complejidad, reproduce casi exactamente lo que ha predicho una ecuación sencilla. Porque la ecuación, comparada con la realidad, siempre es muy sencilla. Esto es lo que no hace bien una pseudociencia, porque, cuando lo hace bien, es ciencia. Esto es lo que no hacen en absoluto las supersticiones, y lo que se enorgullecen de no hacer las religiones. Y algunas supersticiones, religiones incluidas, van más allá y se enorgullecen de no ser ni siquiera internamente consistentes («los caminos del Señor son inexcrutables», «doctores tiene la Iglesia»…).

En ciencia, una teoría es apreciada por su sencillez, por su elegancia y por su potencia, pero también por las formas diversas e ingeniosas en las que ha sido puesta a prueba sin lograr demostrar que es incorrecta. Cuanto más la han machacado, cuanto más ha resistido, más claro tenemos cuales son sus límites de validez, hasta dónde llega y dónde empieza a fallar. Y, aunque las ciencias sociales y las humanidades no sean ciencias en el sentido de la Física, la Química o la Biología -como estas últimas no lo son en el sentido de las Matemáticas- creo que como animales políticos sí nos hemos de exigir honestidad intelectual. A la hora de validar las propias convicciones políticas, no caigamos en el comportamiento del fan incondicional. Expongámonos a intelectos honestos, que argumenten, que se documenten y que escriban bien, y que no piensen exactamente lo que ya pensamos nosotros. Seremos más críticos, y avanzaremos.

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